miércoles, marzo 5

Raquel


La sala de espera está llena de gente, fiel a mi costumbre llego maniáticamente puntual, aunque sé que me va a tocar esperar una hora.

No hay ninguna puñetera revista en condiciones, sólo números viejos de una publicación sobre odontología.

La muela ya no me duele, pero da igual, quiero pasar a consulta, quiero verle a él. Mi dentista se llama Rubén, tiene 30 años, también tiene novia e hipoteca.

La primera vez que fui a su consulta, me dediqué a fantasear sexualmente con él, aunque realmente no es tan atractivo, tiene una nariz muy grande. Me ponen las narices grandes, me imaginaba esa nariz entre mis piernas. Será verdad que el tamaño de la nariz se corresponde con el de la poya, por mi experiencia no sabría decir si ocurre esto o no, me importa más como la usen.
Observo al padre de familia respetable, le mira el culo a la recepcionista cada vez que ésta se levanta. La señora esposa del padre respetable ni se entera, hojea con avidez un Hola de hace meses.

Aburrimiento, paseo mi mirada por toda la consulta, miro el techo y cuenta los fluorescentes, mira al suelo y echo a volar mi imaginación, me planteo como sería follar en la silla de un dentista ¿será cómoda? No es normal que me ponga tanto ese hombre, debo ser masoquista porque me quiero follar a alguien que me provoca dolor y miedo a la vez.

Imagino posturas sexuales, esa silla con altura e inclinación regulables tiene que tener muchas posibilidades. Empiezo a pensar en mi ginecólogo, afortunadamente es un señor muy mayor que no me pone nada, pero esa silla... Estar con las piernas abiertas apoyadas en estribos, me planteo muy seriamente si soy fetichista con las sillas.

Rememoro, mi polvo en la encimera de la cocina, el sofá de mi casa, todos los asientos del coche, la silla del despacho de mi padre, la cama gigante de ese hotel, uno imposible en una pequeña ducha, apoyada en el lavabo del baño inmundo en Nochevieja. Llego a la conclusión que no es por la silla, en mi vida he tenido más hombres que sillas.

Me gustan las manos de los hombres, grandes, dedos largos y elegantes, habilidad para moverlos, el dentista tiene que tener buen pulso. Las manos de los hombres si son un fetiche para mi, nunca podría dejarme tocar por alguien con manos poco atractivas, dedos cortos y gordos, y lo que más repulsión me produce, un hombre con manos de mujer.

Prefiero las caricias a los besos, además hay muy pocos hombres que sepan besar bien, unos abusan demasiado de la lengua y terminas llena de babas, otros ejercen demasiada fuerza y pueden hacerte daño. Cuando encuentras a alguien que besa bien, no le puedes dejar escapar, me acuerdo mucho de Germán, que bien besaba el muy cabrón.

Lo que me pasa es que esta mañana me he levantado muy cachonda, necesito buscarme un polvo ya, pero que pereza, puedo quedar con uno de mis ocasionales amantes, follamigos, así los denomina una de mis amigas, esos que después de tres polvos se vuelven egoístas. Buscar a otro tío, eso me da aún más pereza, que a saber como sea.

Otra noche que tendré que recurrir a mis manos, y recordar.

Recordar sus besos y sus manos,
recordar sus caricias y susurros,
recordar su mirada excitada,
recordar lo único que echa de menos.
Recordar solo lo bueno,
recordar una mentira,
recordarle a Él.

1 comentario:

moonriver dijo...

Y yo que pensaba que mi debilidad por las narices grandes y las nueces rozaba la depravación total y absoluta. Y qué decir de las manos, para mí son totalmente fundamentales. El problema viene cuando eres capaz de colarte de una nariz, una nuez o unas manos, aunque el resto no te guste en absoluto. Por fin conozco a alguien que entiende el morbo que pueden producir algunas partes del cuerpo.