martes, marzo 11

Mi mejor medicina


Estaba perdida hasta que por fin apareció.
Me abrazaba con fuerza y susurraba en mi oído, te estaría abrazando toda mi vida.
Pone orden en mi loca cabecita y da paz a mi castigado corazón.
Cuando no está a mi lado vuelven los fantasmas.
Es mi salvavidas, la barandilla que me impide saltar al vacío, mi seguro a todo riesgo.

¿Y yo que soy?
Una puta desagradecida, sabe que aún no soy suya, que algo de mí es compartido, pero es tan generoso que no le importa, y aguarda con paciencia ese momento en el cual sea todo para mi.

Nadie me entiende, ni me conoce, ni me quiere como lo hace él.

A pesar de todo me cuesta dejarme arrastrar, tengo miedo a caerme y hacerme daño, tengo miedo porque mis heridas cicatrizan lentamente, y cualquier mínimo roce las vuelve a abrir.

Ayer sangraban y me curaron sus besos.


AYER TE BESÉ EN LOS LABIOS...

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más. El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no...
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

Pedro Salinas. (Madrid, 1891 - Boston 1951)




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